jueves, 31 de marzo de 2011

El bosque

Los escasos rayos de claridad que entraba por la ventana de la luna le daba a todo un tono azul frío y oscuro. Vivía en una casa antigua, situada en medio de un bosque donde solo había animales y al mes solo veía dos o tres personas por allí, exceptuando las veces que iba a la ciudad. En esa ocasión me quedé dormido junto a la chimenea mientras leía un libro. El reloj marcó las doce en punto de la noche y su vieja y polvorienta campana se puso a sonar, eso me despertó. Al principio no sabía donde estaba, poco a poco, recordé. La chimenea estaba casi muerta y yo rematé la llama, cerré el libro que ahora estaba tirado en el suelo y lo puse en su lugar correspondido. Subí las escaleras, y noté como el único sonido que allí había a parte de mi respiración era, el tic-tac de los relojes y el crujido de la madera al pisar. La oscuridad y el sueño me reinaron y ni me puse el pijama, destapé la cama, me acomodé y me tapé. Entonces, no sé cuanto tiempo transcurrí durmiendo que de repente escuché pasos. Parpadeé, miré el reloj, pero no me fijé en la hora. Entonces, volví a escuchar aquellos pasos. Cogí una pequeña pistola que tenía por si las moscas, y pegué la oreja a la puerta. Los pasos se escuchaban cada vez más y más cerca, entonces la abrí rápido y me quedé asombrado. No había nadie. Todo estaba normal. Comencé a bajar las escaleras, y de repente, el corazón me dio un vuelco. Mi corazón latía a cien por segundo. El tocadiscos de vinilo se había encendido solo. Una canción que me resultaba familiar, puesto que mis abuelos la escuchaban mientras tomaban café en el jardín. Por cada habitación que pasaba hasta llegar a la salita donde se encontraba la música a todo volumen encendía las luces. Me quedé contemplando la habitación, y el movimiento del disco hasta que lo paré. Justo en el instante que la música dejó de sonar todas las luces se apagaron. No entendía la situación y empezaba a temer un poco de miedo, pero sucedió algo increíble. No venía nada puesto a que las cortinas estaban echadas, pero si podía oír, y entonces, en el silencio de la noche, volví a oír esos pasos desafortunados.

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