miércoles, 30 de marzo de 2011

La maldición de las rosas rojas

Caminaba tranquila bajo un manto de rosas rojas que no dejaba pasar la luz de luna. El frío reinaba y el viento sonaba hacia que algunas hojas cayeran al césped. Un césped vivo y húmedo. Estaba un poco aturdida, llevaba más de cinco minutos andando y aun no había dado con la salida. Era un pasillo estrecho, cuyas paredes eran hermosas rosas con espinas traicioneras de amor. Entonces, algo, un sonido, animó a sus nervios. Aligeró el paso disimuladamente, pero seguía sin encontrar la salida. Comenzaba a sudar, no paraba de mover los dedos, y de vez en cuando miraba hacia atrás, pero no veía nada. Era una sensación extraña, aquel jardín se veía bien hermoso, pero ni te se ocurra mirar atrás, por que no verás nada, solo oscuridad qué, al alejarse, se ve más profundo y oscuro. Caminó hasta que notó la presencia del extraño más cerca, hasta el punto de que podía notar su calor corporal. Sintió como alguien le tocaba la cadera y lentamente, subía por la espalda haciendo una caricia en su delicado cuello. Luego notó como le besaban el cuello, ella cerró sus ojos, estaba bloqueada y su corazón iba a mil latidos por segundo. Las piernas le sudaban y tenía los vellos de punta. Algo frío y fino, cogió el mismo camino que la mano de aquel hombre y al parar en la espalda ella preguntó.
- ¿ Quién eres ? -.
Nadie contestó. Sacó una cinta roja y le tapó los ojos, luego el objeto punzante giró hasta encontrarse con la garganta de la chica, y con muchas delicadez y firmeza rozó el cuello rápidamente. Ella gritó. La mantuvo en pie hasta que la sangre le llegó a los pies y luego, la introdujo entre los rosales. Estaba muerta, no podría sentir los pinches de las rosas, ni oler el aroma de las flores. Aquel hombre, que más bien era una silueta oscura, desapareció entre las sombras. Y otra vez más, cumplió su trabajo.

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